La asombrosa historia de Ana y Lucía: dejaron la ciudad para vivir en el campo y alcanzar la felicidad.
Ana pasó de trabajar en Renault a vivir durante cinco años en un parque natural, mientras que Lucía se ha convertido en una figura popular en las redes sociales.
Genoveva de Brabante, ¿era feliz? Esta leyenda narra cómo la esposa de Siegfried de Tréveris, acusada injustamente de infidelidad por el mayordomo Golo, fue perdonada por sus verdugos y pasó seis años escondida en los bosques de las Ardenas, sobreviviendo con la leche de una corza. Es uno de los ejemplos de eremitas en la cultura occidental, pero no el único ni el último.
Vivir en aislamiento por necesidad no es lo mismo que hacerlo por elección, como bien lo sabe Simeón Estilita el Joven, un asceta con gran fortuna. Hoy en día, lo escaso es codiciado, y aunque la soledad tiene connotaciones negativas para muchos, es cada vez más rara y difícil de conseguir. Por eso, algunas personas la buscan a toda costa, como Ana Francis Sánchez Sevilla, quien cambió la comodidad urbana por la incertidumbre rural.
En el Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima, en Albacete, entre árboles como fresnos y pinos carrasco, en un lugar donde las temperaturas pueden oscilar entre los -10 °C en invierno y los 42 °C en verano, y donde los jabalíes y corzos se cruzan a menudo, encontramos un pequeño terreno donde Ana vivió durante cinco años en una caravana. Aunque su vida en ese lugar terminó recientemente, Ana nos explica que no hay que preocuparse por los jabalíes: no se acercan si tienes perros.
Ana, una «asceta moderna», dejó su vida de éxito en Renault para aislarse completamente en el parque, tanto que ni siquiera se enteró de la pandemia de COVID-19 hasta que las vacunas ya estaban disponibles para todos. Vivió allí con sus perros hasta que el último de ellos falleció el año pasado.
Pregunta.– ¿Dejaste la caravana después de la muerte de tu perro?
Respuesta.– Sí, ocurrieron varias cosas a la vez. Estaba muy aislada, y ese perro no dejaba que se acercara nadie. Era un mastín mezclado con dogo argentino, y durante 12 años fue mi compañero en la montaña. Él era la razón por la que me quedaba ahí.
P.– ¿Qué lleva a alguien a abandonar todo para vivir sola en el campo?
R.– Es una respuesta compleja. Pasaron muchas cosas en mi vida. Trabajé en Renault durante años, luego me interesé por el teatro e hice un curso con Leo Bassi en Madrid, acabando en París. Después, me quedé embarazada y regresé a Albacete.
P.– ¿Cómo llegaste de ahí a la vida en soledad?
R.– Fue un proceso largo. Trabajé en varios proyectos infantiles en Castilla-La Mancha, pero tuve problemas con un socio y me compré una caravana. Me mudé a Las Negras, en Almería, con mis hijos, pero unas circunstancias nos obligaron a irnos. En plena crisis inmobiliaria, el alquiler de la casa no cubría la hipoteca, así que volví a Chinchilla, a casa de mis padres.
P.– ¿Cómo tomaste la decisión de ir al campo?
R.– Empecé a llevar a mis hijos al monte los fines de semana. Ahí conocimos gente que vivía en comunas y enseñaban a mis hijos a cultivar, desplumar animales y guiar burros. Eso sembró la semilla.
P.– ¿Te compraste la caravana después?
R.– No, negocié con el padre de mis hijos para que se quedara con ellos y me fui de okupa a un bungalow abandonado en la sierra de Albacete. Pero cuando alguien compró el camping y me pidió alquiler, me compré una caravana inglesa y me fui al monte con mis perros.
P.– ¿Fuiste autosuficiente?
R.– Durante un tiempo sí, pero luego acepté un trabajo de oficina que no duró mucho. Pasé cinco años cuidando del entorno natural, especialmente del agua, en un lugar tan aislado que apenas venía nadie.
Mientras Ana vivió esa transformación, en el noroeste, Lucía (@solaenelmonte) también cambió la vida urbana por la rural, convirtiéndose en una celebridad en redes sociales. Con más de 71,400 seguidores en Instagram, Lucía abandonó Madrid para encontrar la paz que siempre había buscado en Galicia. «Siempre he querido vivir en el campo, y un día me cansé de decirlo y lo hice», comenta.
Con sus perros, gallinas, patos y cabras, Lucía ha demostrado que es posible vivir con poco dinero: compró su casa por solo 6,000 euros. Aunque admite que el primer año fue difícil, con el tiempo se ha adaptado y mantiene contacto con amigos gracias a las redes sociales.
Ana y Lucía no esperan ser rescatadas de sus deseos, como en las leyendas. Ambas persiguen la vida que eligieron, y aunque el cambio da miedo, es un sueño que muchos comparten. Quizá sea una clave para repoblar la España vaciada, seguir los sueños y buscar nuevas formas de vida.