Rafael Mateos es un joven pastor que se encarga del cuidado de 175 ovejas churras lebrijanas, una raza autóctona en peligro de extinción.

Esta raza, propia del valle del Guadalquivir, sufrió un duro golpe en 2005 cuando la enfermedad de la lengua azul obligó al sacrificio de más de 700 ejemplares. Actualmente, solo quedan unos 400 ejemplares en total, de los cuales 175 son de raza pura, repartidos entre el Parque Nacional de Doñana y algunos ganaderos independientes.

A pesar de los esfuerzos por preservar la especie, la oveja churra lebrijana enfrenta múltiples desafíos. Su carne no es muy atractiva para el mercado y su lana, conocida como «vellón», no tiene demanda, al punto de que muchos ganaderos se ven obligados a deshacerse de ella. A pesar de estos inconvenientes, Mateos sigue adelante con la tarea que heredó de su padre, pastoreando en una finca de 1.500 hectáreas en Doñana, apoyado por perros de trabajo y un equipo que lucha por conservar esta raza única.

En paralelo, figuras como Manuel Naranjo, presidente de la Cooperativa Ganadera de las Marismas de Hinojos, y el veterinario Sergio Nogales, también luchan por la supervivencia de la churra lebrijana. Según Naranjo, la oveja destaca por su capacidad de adaptarse a los climas de la región, aunque su carne no es tan demandada por su aspecto menos llamativo en comparación con otras razas más comerciales.

Uno de los problemas más serios es la consanguinidad, ya que la mayoría de los ejemplares están emparentados, lo que ha reducido su tamaño y productividad con el tiempo. Para prevenir la extinción, se ha creado un banco de semen congelado en la Diputación de Córdoba como un «plan B» en caso de necesidad de repoblar la raza. A pesar de todos estos esfuerzos, la lucha por la supervivencia de esta especie sigue siendo cuesta arriba debido a la falta de apoyo del mercado y la escasez de relevo generacional en el mundo ganadero.