La neurociencia del amor: cómo responde tu cerebro al querer a tus padres, pareja o mascota.

Un estudio ha utilizado imágenes de resonancia magnética para observar la actividad cerebral ante seis formas diferentes de afecto.

El amor, en sus diversas manifestaciones, está presente en todos los aspectos de la vida. Películas, series y libros están repletos de relatos sobre parejas, amistades inseparables y familias que giran en torno a este sentimiento. Pero la ciencia también ha mostrado un profundo interés en comprender cómo funciona el amor a nivel cerebral. Un equipo de la Universidad de Aalto, en Finlandia, ha empleado imágenes de resonancia magnética para analizar cómo reacciona el cerebro ante distintos tipos de amor.

El estudio, publicado recientemente en la revista Cerebral Cortex, revela que la actividad cerebral varía según la proximidad del ser amado, y dependiendo de si el objeto del amor es una persona, un animal o incluso la naturaleza. Los científicos identificaron seis categorías de amor: romántico, parental, hacia los amigos, hacia extraños, hacia animales y hacia la naturaleza. Durante el experimento, los participantes escucharon relatos de 15 segundos sobre cada tipo de afecto mientras se monitorizaba la actividad de sus cerebros.

Los resultados demostraron que el amor romántico y el amor parental son los que más activan diferentes áreas cerebrales, especialmente las vinculadas al sistema de recompensa. Juan Lerma, investigador del CSIC en el Instituto de Neurociencias de Alicante, señala que esto tiene un «importante valor biológico y evolutivo».

El amor como mecanismo evolutivo
El amor romántico favorece la reproducción y asegura que las personas busquen pareja para perpetuar la especie. Por su parte, el amor parental garantiza la protección de los hijos, lo que también contribuye a la continuidad de la especie. Según Lerma, si estas emociones no activaran los centros de recompensa del cerebro, como el cuerpo estriado y el tálamo, «no tendríamos motivación para tener hijos ni cuidarlos».

Este fenómeno no es exclusivo de los humanos; estudios han mostrado que mamíferos monógamos, como los topillos de la pradera, experimentan respuestas similares en el cerebro.

El amor por extraños y su menor impacto
De todos los tipos de amor estudiados, el que menos activa el cerebro es el amor por extraños, mostrando menor actividad en las áreas relacionadas con la recompensa y el apego. Este afecto se asocia más con la compasión o el altruismo, que, según los autores del estudio, se percibe como menos placentero y menos intenso que otros tipos de amor.

El amor por los animales y la naturaleza
Sorprendentemente, el amor por los animales activó menos áreas cerebrales en comparación con el amor interpersonal. Sin embargo, las personas que tenían mascotas mostraron patrones neuronales más cercanos al amor por otras personas. Según Lerma, el vínculo con los animales se basa en su convivencia con los humanos, y las características que evocan compasión, como los rasgos que pueden parecer humanos (por ejemplo, los ojos grandes y expresivos de un perro), juegan un papel crucial en la activación emocional.

El amor por la naturaleza fue el que menos activación cerebral mostró, limitándose a áreas visuales y de recompensa, sin estimular las áreas sociales del cerebro.

Aportes y limitaciones del estudio
Lerma destaca que, aunque no es el primer estudio sobre el impacto del amor en el cerebro, sí es pionero en definir seis tipos específicos y analizar la respuesta cerebral en cada caso. Esto permite una mejor comprensión del comportamiento humano desde una perspectiva biológica y evolutiva. Además, el estudio contó con la mayor cohorte hasta la fecha, aunque Lerma sugiere que la muestra, de 55 personas finlandesas, debería ampliarse en investigaciones futuras para incluir a individuos de diferentes culturas y contextos, ya que el amor está influenciado por factores culturales y educativos.

A pesar de sus limitaciones, el estudio aporta valiosos conocimientos sobre el cerebro y puede ayudar a avanzar en la investigación de enfermedades mentales. Según Lerma, «cada nueva información sobre el cerebro nos acerca a una mejor comprensión de los trastornos mentales».