El efecto Olot en una exposición única del estudio Un parell d’arquitectes‘Alot Olot.

Arquitectura, paisatge i deliri’, presentada en el Arxiu Comarcal de la Garrotxa, destaca por su singularidad, incluso en su sencillez.

Actualmente, el Arxiu Comarcal de la Garrotxa, en Olot, alberga la exposición Alot Olot. Arquitectura, paisatge i deliri garrotxí, una propuesta artística que sorprende por su simplicidad y originalidad. La muestra consiste en una serie de 24 parejas de fotografías proyectadas sobre una pared blanca y enmarcadas con fragmentos de tortell de matafaluga pintados en dorado. Las imágenes reflejan las elecciones personales de Eduard Callís y Guillem Moliner, los arquitectos detrás de la exposición, quienes han elaborado su visión particular de Olot mediante instantáneas capturadas por Roger Serrat-Calvó.

Un collage de paisajes y detalles

La exposición reúne objetos y lugares diversos: interiores de viviendas y tiendas, carteles, escaparates, fuentes, esculturas, jardines, fábricas, bloques de edificios, huertos, paseos, eras, iglesias e incluso pesebres. Esta mezcla de elementos genera un contraste que combina refinamiento, imaginación y un toque extravagante, lejos de los cánones convencionales. Las imágenes, dispuestas en pares, invitan a la comparación y revelan conexiones insospechadas entre elementos que, aislados, no tendrían el mismo impacto. La exposición propone un ejercicio reflexivo: entender que las ciudades, como Olot, contienen museos ocultos en sus calles, compuestos por objetos cotidianos que forman parte del entorno urbano, aunque no estén organizados ni catalogados como en un museo convencional.

Inspirada en la idea del “museo imaginario” de Orhan Pamuk, esta muestra convierte los rincones de la ciudad en piezas de una colección única, como un arxipèlag disperso cuyos elementos están unidos por la misma ciudad que los separa. De esta forma, la exposición nos invita a redescubrir el paisaje urbano a través de una mirada más atenta.

Una mirada diferente a lo cotidiano

El catálogo de la exposición sugiere que esta perspectiva se puede extrapolar a otras ciudades, como Barcelona, aunque el resultado sería distinto. Allí, muchos elementos estarían desaparecidos o desvirtuados por el turismo. En Olot, sin embargo, el relativo aislamiento geográfico ha permitido preservar un patrimonio más auténtico, en lo que Ernest Lluch denominaba el “efecto sede”: un fenómeno económico en el que la inversión se reintegra en el ámbito local, fomentando un desarrollo cultural y social endógeno. En este caso, la relación entre la Escuela de Arte y el Museo de los Santos de Olot es un ejemplo claro de este dinamismo autoestimulado.

Esta lectura cultural del entorno recuerda los Viajes alrededor de mi habitación de Xavier de Maistre, pero con una dimensión colectiva: explorar la ciudad sin salir de ella, redescubriendo su esencia en los pequeños detalles. Lo más significativo de esta exposición es la selección de elementos humildes, a menudo anónimos, creados por artesanos o autodidactas, que no aspirarían a premios actuales pero que tienen un gran valor estético y cultural.

Educar la mirada: el verdadero cambio

Los autores subrayan que para transformar nuestro entorno no es imprescindible realizar grandes obras, sino educar nuestra capacidad de observar y valorar lo que nos rodea. Con esta propuesta, Alot Olot demuestra que una mirada renovada puede convertir cualquier rincón en una obra de arte y cualquier ciudad en un museo vivo, lleno de historias por descubrir.